Entrevista al escritor Pablo Montoya

El Martes, 27 Octubre 2015. Publicado por Blog Decoding

Entrevista al escritor Pablo Montoya

"Decoding se constituyó principalmente como una empresa de traducción técnica y poco a poco se ha especializado en este tipo de traducción; no obstante, sus integrantes son unos apasionados por la literatura y, a su vez, por la traducción literaria. Por lo tanto, en nuestro ciclo de entrevistas sobre traducción, no podría faltar el punto de vista de un escritor, y quién mejor que el ganador de la última edición del Premio Rómulo Gallegos, el escritor colombiano Pablo Montoya, para conversar al respecto."

  

Pablo es el quinto colombiano en recibir el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, gracias a su obra Tríptico de la infamia. Además de novelas, escribe poesía, cuentos y ensayos y realiza traducciones literarias. Sus traducciones, del francés al español, se han publicado principalmente en la Revista Universidad de Antioquia y en la editorial de la misma universidad.

 

Para empezar, ¿qué es para usted traducir?

Pablo: Es una forma de ponerle un vestido nuevo a una obra que ya tiene su propio vestido en la lengua original. Es vestir ese texto nuevamente, respetando, por supuesto, la lengua en la que está escrito.

¿Cuál ha sido el papel de la traducción en su carrera literaria?

Pablo: Acudí a la traducción solamente por motivos literarios, es decir, porque creo que un escritor debe tener en su carrera una faceta vinculada a la traducción. Esto forma parte un poco de la tradición literaria latinoamericana y colombiana incluso; por ejemplo, han sido traductores Octavio Paz, Jorge Luis Borges, Carlos Fuentes, Julio Cortázar... Por supuesto no me comparo con ellos, ni mucho menos. Yo solamente he traducido del francés al español y lo hice porque pienso que en el proceso de aprendizaje del escritor, es fundamental visitar la traducción. Ahora, hay escritores que nunca han sido traductores y son buenos escritores, pero creo que en ese camino del escritor completo que yo busco, la traducción es fundamental ejercitarla.

A este respecto, Julio Cortázar, en Conversaciones con Cortázar, de Ernesto González Bermejo, expresa:

“Yo le aconsejaría a cualquier escritor joven que tiene dificultades de escritura, si fuese amigo de dar consejos, que deje de escribir un tiempo por su cuenta y que haga traducciones; que traduzca buena literatura, y un día se va a dar cuenta que puede escribir con una soltura que no tenía antes.”

¿Qué opinión le merece esta afirmación?

Pablo: Cuando comencé a traducir, era un escritor todavía muy joven. Estaba en un tránsito, buscándome y buscando mi voz de escritor, porque uno siempre comienza a escribir imitando, de alguna manera, a los grandes maestros y para cuando comencé a traducir aún no me había encontrado.

Este asunto de la voz literaria o del estilo personal es algo que empieza a manifestarse en los escritores desde un principio y, poco a poco, esas manifestaciones un poco torpes, un poco tímidas, van fortaleciéndose en la medida en que uno va escribiendo, hasta que finalmente surge esa voz. En mi caso, durante ese proceso, aparece la traducción, y creo que la traducción de autores franceses me ayudó mucho a encontrarla, especialmente cuando traduje al español a Baudelaire, a Albert Camus, a Pascal Quignard, así como a otros escritores contemporáneos franceses y algo de poesía africana de expresión francesa. Yo creo que este ejercicio me ayudó mucho a afianzarme como escritor. 

Considero entonces que lo que dice Cortázar es cierto y, además, agregaría que la traducción ayuda también a comprender los mecanismos internos, los procesos de escritura del escritor que uno está traduciendo. Cuando uno traduce, entiende mucho más cabalmente al escritor; entiende cómo va armando su obra, cómo la está planeando, cómo la está proyectando. Es un trabajo de aprendizaje literario, en el sentido técnico de la palabra, que me parece invaluable.

¿Hasta qué punto el traductor es un escritor? En otras palabras, ¿el resultado de la traducción es, finalmente, otro libro?

Pablo: Cuando uno traduce literatura, sí. Creo que el producto final es muchísimo mejor si el traductor es escritor. Por ejemplo, cuando hay que traducir poesía, considero fundamental que el traductor sea poeta. No estoy diciendo que escriba poesía, sino que tenga una sensibilidad poética. Si escribe, muchísimo mejor.

Ahora, no creo que el resultado sea un libro completamente nuevo, pero sí algo diferente al original, con asuntos particulares a la voz y al estilo del escritor. Personalmente, he traducido escritores que me gustan, que me dicen algo; también he traducido textos de escritores que no me gustan, como cuando traducía para el Festival de Poesía de Medellín y debía traducir poetas que no me decían mayor cosa. No obstante, en general, los textos que he traducido o los escritores que he traducido me gustan y lo he hecho porque creo que ahí hay algo que me toca profundamente.

Eso significa que, en tanto que escritor, yo sí intervengo mucho en la traducción. Por ejemplo, en mi escritura evito las repeticiones de palabras lo cual obedece a mi deseo de escribir de una manera particular. A mí no me gustan las repeticiones ni las muletillas en la literatura y a veces hay textos muy buenos que caen en eso. Por ejemplo, acabo de traducir un pequeño ensayo del escritor francés Michel Schneider sobre la muerte de Kant para la Revista Universidad de Antioquia. Es un texto corto, de cuatro o cinco páginas, precioso; pero el original está lleno de  verbos y preposiciones que se repiten, lo cual, a la hora de traducirlo al español, me molesta. En francés, puede funcionar muy bien, pero en español... Y como se trata de una traducción libre y eminentemente literaria, yo sí intervengo ahí.

Hace varios años, traduje, junto con la poeta colombiana Myriam Montoya, una antología de poesía africana de expresión francesa al español, la cual fue posteriormente publicada por una editorial española llamada Verbum. De entrada, dejamos claro, no solamente a quien recopiló la antología, que es el profesor congoleño Wilfrid Miampika, sino al editor, que no íbamos a emplear palabras españolas como "vosotros", "tío", "vamos", "chaval". Les dijimos que, si querían publicar esa antología, iba a ser una antología hecha por escritores colombianos y que nosotros no empleábamos "vosotros" ni las conjugaciones respectivas; finalmente, aceptaron... ¡Bueno, no nos pagaron nada, además! Fue un trabajo apasionante pero del cual no recibimos ningún pago. Nos preguntaron por qué no publicábamos con el "vosotros" y les explicamos que, para nosotros, el "vosotros" tiene una implicación colonial que habíamos erradicado por diferentes motivos. Yo nunca utilizo el "vosotros" y, cuando lo escucho, a no ser que esté en España, me parece que tiene connotaciones colonialistas e imperialistas.

¿Qué aspectos quedan al margen de la traducción y qué otros se crean? Es decir, ¿qué se pierde o qué es intraducible y si algo es intraducible sería necesario recrearlo?

Pablo: En la traducción poética creo que se pierde mucho del original; la musicalidad, por ejemplo, y muchas veces la esencia misma del poema, porque la esencia de la poesía no solamente depende de lo que se dice, sino de la forma en que está dicho. Entonces, la traducción de poesía es una labor un poco desagradecida. Cuando se traduce narrativa es distinto porque uno logra, tal vez, captar una musicalidad en la lengua que traduce; pero en la poesía se pierde, generalmente, esa musicalidad del poeta. Ahora, hay momentos en que, milagrosamente, esa musicalidad se captura.

En Colombia hay un caso célebre entre los poetas, que es el de Jorge Zalamea cuando tradujo al poeta francés Saint-John Perse. Sus traducciones son las mejores que se han hecho de este poeta francés, ganador del premio Nobel de Literatura en 1960. Hasta Perse sospechaba que esas traducciones hechas por Zalamea eran tan buenas o incluso mejores que sus poemas originales. Yo he podido constatarlo leyendo el original de Perse y la traducción de Zalamea y pienso que verdaderamente lo captó todo: las palabras, la musicalidad… La poesía de Perse tiene muchas palabras antiguas, muchas palabras raras, incluso para un lector en español; por lo tanto, Zalamea es importante en la poesía colombiana, más que por su obra escrita, por la traducción que hizo de este poeta francés.

Por otra parte, creo que los tonos populares y las formas de argot no se captan en una traducción, o es muy difícil hacerlo, y tienden a perderse cuando pasan de una lengua a otra. Imagínense ustedes traducir En la diestra de Dios Padre de Tomás Carrasquilla al francés. Yo leí la traducción de uno de sus cuentos y no tiene nada que ver con lo que escribió Carrasquilla. Asimismo, traduje a un escritor francés de una gran riqueza argótica y popular, llamado Louis-Ferdinand Céline, y pienso que jamás lograría trasladar las formas populares del francés al castellano; entonces lo que hice fue usar palabras o expresiones del parlache para actualizar esa traducción al castellano de Medellín de un texto escrito en la década de 1930.

En conclusión, creo que ese asunto del argot y de las formas populares se pierde mucho en la traducción; además, hay escritores que están llenos de palabras de carácter popular y de palabras inventadas por ellos o neologismos. Yo siento que la traducción no logra recuperar toda esa riqueza lingüística de la lengua original.

La traducción, como ven ustedes, es una labor muy desagradecida en el fondo, literariamente hablando.

¿Qué autor le gustaría traducir?

Pablo: Me gustan muchos autores, sobre todo los franceses porque no conozco suficientemente el inglés. La lengua que mejor conozco, a nivel de lectura, es el francés. Además, estudié francés y fui profesor de español como lengua extranjera en Francia; por tanto, estuve mucho tiempo confrontando las gramáticas de ambas lenguas y sé, más o menos, qué es lo que pasa en la construcción de la lengua francesa.

Creo que, ante todo, para traducir es fundamental conocer la lengua a la que se traduce. Conozco gente que no habla, por ejemplo, inglés, o gente que no habla fluidamente el francés y son excelentes traductores a esas lenguas. De manera que no se necesita hablar fluidamente una lengua o ser bilingüe o trilingüe perfecto. Lo fundamental es conocer la lengua a la que se traduce y tener una sensibilidad literaria particular.

Específicamente, me gustaría traducir a Pascal Quignard, quien es un escritor francés nacido en 1948. Uno de sus textos se titula La frontière y es una novela breve que me parece preciosa, pero lo propuse en varias editoriales y no me prestaron atención.

El problema también es que el traductor literario colombiano tiene pocas ofertas de trabajo, no recibe un buen pago y a nadie le interesa porque las grandes editoriales que manejan el mercado de la traducción acuden al traductor español, al mexicano o al argentino. Colombia nunca ha sido una buena plaza para la traducción literaria, ni ahora, ni antes y creo que tampoco lo será después, a no ser que se forme un emporio literario muy fuerte en el país. Aquí al traductor literario le va muy mal.

Cuando llegué de Francia, aspiraba a traducir algunos libros. En realidad he traducido muy pocos porque el pago no ha sido el mejor. Traduje el Cándido de Voltaire, El extranjero de Camus y Los pequeños poemas en prosa de Baudelaire que nunca se publicaron. El caso de Pascal Quignard se lo propuse a Leonel Giraldo, al director editorial de Planeta de entonces, quien ama profundamente a Quignard, pero me respondió que, primero, Quignard no es un autor comercial y que, segundo,  el mercado de la traducción de Quignard está en España.

Hace un par de años hubo una solicitud de un grupo de muchachos argentinos que querían publicar los Pequeños tratados (Petites traités) de Pascal Quignard, unos ensayos breves muy bellos, divididos en cuatro tomos, sobre temas muy cultos: bibliotecas, lecturas, la muerte, los incunables… Son unos textos muy eruditos y muy exquisitos; sin embargo, aquí Quignard no le interesa casi a nadie. Esta es la tierra de la “narcoliteratura”, de la “paraliteratura” y del realismo mágico. Entonces, en Argentina que sí son más lectores de Quignard, me pidieron traducir los Petites traités, al menos el primer volumen. Yo les dije que sí, pero pregunté cuánto me pagarían; ellos me respondieron que iban a conseguir una ayuda con la embajada de Francia en Argentina para poder pagarme la traducción. Todavía estoy esperando una respuesta. Nunca volvieron a escribirme. No obstante, él es un escritor que me gustaría traducir, con el cual me siento muy vinculado, muy cercano y siento que ese ritmo de escritura que él propone, esa erudición, esa exquisitez de la lengua francesa me llega mucho. He traducido algunos  ensayos y unos pequeños cuentos suyos que se han publicado en la Revista Universidad de Antioquia, pero no ha pasado de ahí.

Si traduce a autores vivos, ¿cómo es el proceso de comunicación con esos autores mientras realiza la traducción? ¿Considera dicha comunicación fundamental?

Pablo: No me parece que sea fundamental. Respeto mucho el sentido de lo que estoy traduciendo, pero siento que no es fundamental hablar con el autor. Cuando traduje los poemas africanos, hablé con el compilador, Miampika, que es un africano especialista en literatura y conocedor de algunas expresiones típicas del Congo y de los escritores que estábamos traduciendo. A él sí le hacía preguntas y me parecía bien que me diera cierta información, lo cual se daba en el proceso de corrección de las traducciones. En ese sentido, quizás sí es fundamental hablar, no necesariamente con el autor, sino con alguien que conozca un poco ciertos significados, ciertas plantas, ciertas bebidas o ciertos aspectos que uno no conoce muy bien. A los franceses vivos, como Quignard, no he sentido necesidad de consultarles nada, porque escriben en un francés estándar, muy clásico.

Ahora, hay escritores, como Milan Kundera, que sí exigen que haya un acompañamiento de ellos en la traducción. Tengo entendido que cuando Kundera empezó a ver las traducciones de sus libros al español, se sintió indignado porque los traductores hacían terribles omisiones y aprendió español para verificar sus traducciones a este idioma. También verificó las traducciones que se hicieron al francés cuando escribía en checo, su lengua materna. El caso de Milan Kundera es un poco excesivo porque, además, en las cláusulas de sus contratos de traducción exigía que hubiese contacto entre él y el traductor.

¿Se ha autotraducido?

Pablo: Lo intenté cuando llevaba alrededor de cinco años viviendo en París al ver la dificultad para publicar en español allá. Francia es un país donde funciona todo muy bien, siempre y cuando sea en francés. Entonces, como allí hay una gran industria editorial; y, además, el francés es una lengua literaria muy fuerte, un poco más que el español, me dije que iba a aprender a escribir en francés y a reescribir mis prosas poéticas en francés. Así fue que empecé a traducir mis pequeños poemas en prosa y los pequeños cuentos y se los pasé a la persona que me había ayudado a escribir Cuentos de Niquía, pero su respuesta fue categórica: "No entiendo nada", me dijo.

Esa fue una de las razones por las cuales decidí regresar a Colombia, o a América Latina, porque sentía que en Francia no había posibilidades de publicar mi obra en español y si lo hacía iba a estar completamente marginalizada. Me preguntaba si aprendería a escribir en francés, si cortaría ese cordón umbilical que es el de la lengua materna, como hicieron Milan Kundera, Emil Cioran y Héctor Bianciotti, que es un escritor argentino que ahora escribe en francés. Si me hubiera dedicado, por lo menos, diez años a mejorar el francés escrito, quizás lo hubiera logrado, pero finalmente, opté por no hacerlo, porque el español también es una lengua viva literaria muy rica. Entonces sí, me traduje pero catastróficamente.

En esos casos en que intentó autotraducirse, ¿cómo se resistía, por ejemplo, a la tentación de "recrear"?

Pablo: En realidad no había recreación. Era una traducción literal de mi versión en español. No había un tránsito porque yo no manejaba esa lengua. Tal vez, posteriormente, cuando sentí que el francés fluía más en mí, que lo pensaba y que ya estaba inmerso en la lengua, el resultado habría sido diferente si hubiera traducido en ese momento.

¿Cómo ha sido su experiencia al ser un autor al que traducen? ¿Le parece que el traductor ha logrado capturar toda la esencia y decir todo lo que usted quiso decir?

Pablo: [Me han traducido] muy poco. El primer libro que publiqué, Cuentos de Niquía, fue una edición bilingüe en español y francés. Es un libro muy mal editado porque lo publicó una editorial medio periférica o marginal en París. Yo trabajé con la traductora, pero estaba recién llegado a Francia y no entendía el francés suficientemente. Como Cuentos de Niquía es un libro que sucede en Niquía y está lleno de ciertas expresiones populares de esta zona del país, la traductora me preguntaba por el significado de algunas de estas expresiones.

Hace poco, un traductor franco-argentino tradujo alrededor de diez poemas de un libro mío para Europe, una revista muy importante que hay en París, y me parecieron muy bien traducidos. Me sentí completamente expresado. Fue un trabajo conjunto: yo le sugería, por ejemplo, no hacer repeticiones en francés, así como yo no las hacía en español. Algo que a él le pareció difícil fue mantener mis frases cortas. En algún momento él acudía a una frase larga; sin embargo, se lo permití porque me pareció muy bien que captara que esas frases cortas que yo trabajo, en realidad, se encabalgan semánticamente.

¿Hay algún idioma especial al que le gustaría ser traducido?

Pablo: Al italiano, porque me parece que es la lengua más musical de todas y escribo mucho pensando en la musicalidad. He leído algunas traducciones de mis cuentos al italiano y en realidad me parece muy bella esa lengua. Sentiría curiosidad por escuchar un texto mío en chino o en árabe, por ejemplo, aunque no entiendo absolutamente nada de esas lenguas.

Para finalizar, ¿está de acuerdo con José Saramago cuando dice que «los escritores hacen la literatura nacional y los traductores hacen la literatura universal»?

Pablo: Es posible que tenga algo de razón. Si leímos a los grandes autores en las traducciones, entonces es posible que accedamos a esa internacionalidad de la literatura a través de la traducción. No obstante,  mis libros, por ejemplo, tienen un toque universalista porque no transcurren en Colombia, tienen que ver con otras realidades geográficas, son, o pretenden ser, cosmopolitas y no se limitan a lo nacional. Es verdad que solamente se han leído en la lengua española, pero la lengua española es, en el caso nuestro, todo Hispanoamérica. Imagino que tengo lectores de Argentina, México o España que sienten que en esa obra en español ya hay un toque universalista. En ese sentido pienso que la primera parte de la frase de Saramago no la comparto, la segunda sí. Hay autores cuyos textos van más allá de lo nacional y que son verdaderamente universales.

 

Agradecemos al escritor Pablo Montoya por haber aceptado nuestra invitación a participar en nuestro ciclo de entrevistas y por haber compartido con nosotros su interesante experiencia.

Autor: Jorge Gómez

Foto: Natalia Escudero

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